Gabriela Maestre Azorín
Es difícil leer un libro escrito por una figura tan importante en la historia de la economía y dejar de lado las ideas preconcebidas que tenía sobre él. En su momento, John Keynes consiguió dar a las instituciones de gobierno poder para fomentar la economía a través de la demanda agregada. Creó la política fiscal, para poder corregir los fallos que veía en el capitalismo en época de crisis y de constante cambio. Y aunque todas estas acciones son posteriores a 1930, en los ensayos y discursos de Política y futuro empieza a definir sus ideas.
Si dividimos el título y nos centramos en la parte de futuro, observamos que Keynes realizó una serie de predicciones para los cien años siguientes bastante acertadas. Si el crecimiento económico había sido tan brutal en las últimas décadas en comparación al que se había producido en toda la historia de la humanidad, nada indicaba que se fuera a detener tras el crack del 29 (con las inversiones adecuadas, claro). A pesar de esto, es de los primeros en formular sus dudas respecto al funcionamiento del capitalismo: un sistema que no garantiza la armonía entre los intereses individuales y el interés general y la distribución justa de la riqueza. Visualizaba que a largo plazo sería insostenible sin entidades reguladoras de la actividad económica.
Por otro lado, sus previsiones para 2030 parecen exageradamente optimistas. Los códigos morales y los problemas sociales han cambiado mucho desde entonces, y el “desempleo tecnológico” se ha solucionado con un impulso muy fuerte del sector terciario y la industria tecnológica (entre otras), pero situaciones que él vaticinaba nunca han llegado. Una semana laboral de 15 horas es impensable, y desde luego a nadie le diagnostican vacíos existenciales por tener demasiado tiempo libre. Parece que el retroceso en los derechos laborales producido los últimos años era impensable incluso en épocas de tanta crisis. Claro que por desgracia tampoco veía probable otra gran guerra en el siglo XX.
Todas estas críticas al capitalismo no lo acercan, sin embargo, a una ideología de izquierdas. Leyéndolo, se intuye que se escandalizaría ante los comentarios de quienes lo han llamado socialdemócrata. En este sentido, Keynes es un intelectual lleno de contradicciones: no le gusta ningún partido, pero encuentra imprescindible militar en alguno. Así, aprovecha los ensayos centrales para dibujarnos el panorama político británico de su época.
Por una serie de motivos, acaba sintiéndose más identificado con los militantes del Partido Liberal, aunque opina que este debería tener unas líneas de actuación más definidas. Desde su punto de vista, un buen gobierno tendría que saber combinar la eficiencia económica, la justicia social y la libertad individual; y eso se conseguiría fácilmente con la unión de los liberales, los intelectuales más moderados del Partido Laborista y, por qué no, los menos reaccionarios del Partido Conservador. Viéndolo en perspectiva desde el sistema político actual, sigue pareciendo una alianza fuera de lugar, y sin embargo de vez en cuando aún se puede ver cómo los miembros de un partido cambian a otro por diferencias económicas o de política social (diferencias más o menos importantes, pero que al fin y al cabo chocan con su ideología).
En general, Keynes tiene una visión aburguesada de la vida, acorde con su posición social. No es que esto sea malo, pero a veces parece olvidar que puede disfrutar de su formación intelectual simplemente por el hecho de haber nacido con cierto estatus. Opina que “el capitalismo anticuado es intelectualmente incapaz de defenderse a sí mismo”, que las mujeres (especialmente las obreras) necesitan más derechos para escapar de “la más intolerable de las tiranías” y se preocupa por la desigualdad económica entre patrones y proletarios.
Y sin embargo, desprecia a la clase baja y cualquier forma de poder popular. Opina que la mayoría del pueblo, analfabeto, no debería tener tanto poder en las votaciones, porque actúan por sentimiento y desinformación. No parece ser consciente de que esta situación no la han provocado ellos; la gente no ha elegido no formarse, simplemente no ha tenido la oportunidad.
Esto se refleja especialmente cuando habla de Rusia: aclarando que no hay apenas fuentes fiables, basa su relato sobre el sistema comunista en su breve estancia en el país. Por tanto, habla desde sus prejuicios. Y es que lo que le molesta no es la experimentación con un nuevo sistema económico, no: démosle tiempo a los rusos para que presenten resultados. Lo que se entrevé que no le gusta es la ideología dominante. Y por eso laboristas y liberales no podrán formar gobierno juntos.
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