Gabriela Maestre
Naomi Klein no escribió La doctrina del shock para exponer la teoría económica que acababa de desarrollar. Tampoco pretendía explicar las causas y consecuencias de una crisis económica puntual y pasajera, no. Ella pretendía desmontar una de las máximas afirmaciones del capitalismo, aquella que asegura que democracia y libre mercado van siempre de la mano. Y, repasando la historia de los últimos 70 años, demuestra su tesis. Si la política y el fundamentalismo capitalista se han unido en ese tiempo para algo, ha sido para desregularizar la economía a golpe de shock.
Es perturbador ver cómo lo que la autora denomina “capitalismo del desastre” ha ascendido tan rápidamente en las últimas décadas, impulsado y aclamado por las élites económicas. A través de diversos escenarios históricamente relevantes, Klein explica cómo se han aprovechado las crisis para imponer la doctrina del shock.
El ejemplo más destacado lo encontramos en Chile, convertido en 1973 en el primer gran experimento de la Escuela de Chicago. Las tres fases de aplicación del shock se pueden ver en este país con mucha claridad: la conmoción que provocó el golpe de estado de Pinochet; la liberalización económica, diseñada por economistas que habían estudiado en Chicago; y la tortura y represión a la que se enfrentaron los defensores de Allende. Ninguna de estas acciones políticas se entiende si se desvincula por completo de sus repercusiones económicas.
En eso precisamente consiste la obra de Naomi Klein, en hacernos conscientes de esta relación. Ella no es economista, sino periodista, y eso se nota en su forma de presentar la abundante documentación que ha conseguido para reforzar sus argumentos, y en la forma de ligar estos con decenas de testimonios. Además, es significativo cómo la primera persona prácticamente desaparece; no necesita explicar explícitamente su opinión personal para rebatir a Friedman.
El máximo referente de la Escuela de Chicago sentó las bases de esta doctrina, con ayuda de la CIA y los gobiernos de Reagan y Thatcher, y su legado se ha perpetuado hasta día de hoy. Por eso sorprende que alguien le lleve la contraria tan abiertamente.
Klein tiende a apoyar las políticas socialdemócratas que asentó Keynes, mientras que los chicaguistas están en contra de cualquier forma de regulación del mercado. Dudo mucho que una sola escuela pública pueda desestabilizar la economía de un país, pero para Friedman cualquier intervención política suponía ir en contra de la naturaleza (entendiendo que el capitalismo salvaje es un estado de equilibrio perfecto).
En este sentido, las diferencias entre ambas corrientes se han llegado a convertir en un enfrentamiento abierto. El comunismo era un enemigo global, pero muchos gobiernos contaban entre sus filas a economistas keynesianos, que pasaron a ser rivales internos. A la Escuela de Chicago nunca le gustó la afirmación de que el laissez-faire había muerto, y se fomentó la cooperación entre empresarios, ideólogos y políticos para aplicar el shock con eficacia.
Las ideas que plantearon esta corriente de economistas son preocupantes, porque se han utilizado para justificar guerras y genocidios. Si no puedes desregular el mercado, destruye el país y que la economía empiece desde cero. Y aunque al principio sí se relacionaban los experimentos de Friedman con las oleadas de crímenes, muy rápidamente dejó de hablarse de “crímenes del capitalismo”.
Con esta insensibilidad ante las desgracias ajenas, hemos llegado a un punto en que la guerra se ha convertido en un nuevo mercado de peso. Este es el caso de Israel, en el que el conflicto constante, empezado por motivos económicos, es lo que ahora mantiene estable la economía. La crítica al orden impuesto por los sionistas es uno de los aspectos que más problemas ha supuesto para la autora, que ha sido tildada de “violenta” y “anti-ética”, pese a ser ella misma judía.
Guerras, masacres, limpiezas ideológicas y campos secretos de tortura. Crisis provocadas para imponer el único orden económico que, en palabras de sus defensores, puede garantizar la democracia. A principios de los 2000, Klein vaticinaba que se acercaba la recuperación económica de los países más afectados por la doctrina del shock; a día de hoy podemos comprobar que muchas de esas guerras y situaciones de miseria se han prolongado. Pero dejando de lado esta predicción desacertada, la autora ha sabido reflejar a la perfección las contradicciones más peligrosas del sistema capitalista.
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